Historias del té

Colaboración para una revista online editada por una tienda de León especializada en la venta de té.

Como réplica marítima de la Ruta de la Seda, la del té nació para comerciar con lo que algunos historiadores consideran el primer producto global, en dura pugna con la pimienta. Comerciantes portugueses y holandeses lo introducen en Europa a comienzos del XVII, y en la segunda mitad del siglo ya aparecen en Inglaterra anuncios donde se alaban sus bondades. A diferencia del café, cuyo consumo estuvo prohibido por las autoridades de algunos países (el Imperio otomano, la Rusia zarista o Suecia) durante períodos más o menos prolongados, el té ha gozado de aceptación y tolerancia en todo el mundo, y ha sido, desde hace cientos de años y por así decirlo, una bebida tan respetable como asequible para todos los bolsillos.

Ciertos historiadores sostienen que las propiedades estimulantes del café, el té y el cacao, que empezaron a consumirse en Europa de manera habitual durante el siglo XVIII, favorecieron las reuniones de intelectuales propias de la Ilustración. Con ser esto cierto, también lo es que se necesita algo más que el bloqueo temporal de algunos receptores neuronales para desencadenar un movimiento cultural de tal magnitud. El 15 de diciembre de 2005, los mayores países productores se reunieron en Nueva Delhi para celebrar el primer Día Internacional del Té (evocando el motín que tuvo lugar en Boston el 16 de diciembre de 1773), como forma de llamar la atención sobre su cultivo, producción y comercialización, que atravesaban por entonces una profunda crisis.

Pocas cosas hay tan simples como hacer una infusión. Cuando oímos la palabra té —que en español ha devenido sinónimo de infusión, y deriva del término cha, con el que se nombra en China a la camelia, país donde se empezó a consumir hace más de dos mil años— vienen a nuestra memoria tres ceremonias, tres liturgias por completo diferentes en lo que respecta a su preparación y manera de servirlo. La más antigua es la del Lejano Oriente (china y japonesa, pues no está claro cuál fue primero), cuyos poetas llamaron al té matcha «espuma de jade líquido», está imbuida por completo de una gestualidad que participa de lo sagrado, casi oración. La más famosa para los occidentales es la inglesa, que ha convertido el hecho de tomar té negro en lugar para la confidencia y la conversación, una ceremonia bendecida por la costumbre, igualmente válida en momentos de alegría y de tristeza, pues «a los ingleses la vida se les hace inhabitable si no tienen té y pudin». Por su parte, la marroquí, que solo consume té verde y se halla extendida por el Magreb y el Sahel, es considerada una expresión artística, una manera sencilla y afectuosa de agasajar a los visitantes, que lo mismo puede ofrecerse antes que después de las comidas.

By 狩野養信・雅信 模写 Copied by Kanō Osanobu and Kanō Masanobu. The original work, which was also copied, was made in 1632. (東京国立博物館 蔵) [Public domain], via Wikimedia Commons

Todo esto tiene como centro y motor a un discreto arbusto de la familia Teáceas, la Camellia sinensis, del mismo género que las camelias de jardín. Una planta de hojas persistentes, entre elípticas y lanceoladas, grandes flores blancas y frutos en cápsula globosa, oriunda de China, y que, debido a su consumo mundial, actualmente se cultiva también en el Sudeste Asiático, la India, el Cáucaso y Norteamérica, entre otros lugares; la producción española, pequeña y de buena calidad, se localiza casi por completo en Galicia. Los brotes jóvenes contienen muchas sustancias beneficiosas, y de las semillas, como ocurre con otras camelias (C. japonica y C. oleifera), se extrae mediante presión en frío un aceite comestible muy saludable, de color ámbar pálido y aroma dulce y herbal, utilizado en algunas regiones de China y Japón, y cada vez más en Occidente, que no debe confundirse con el aceite del árbol del té (que se obtiene del árbol Melaleuca alternifolia), que no es comestible y tiene propiedades antisépticas.

Tras recolectar con el mayor de los cuidados posible los brotes más tiernos de cada planta, tenemos la materia prima de la que saldrán las cinco variedades de té más comunes: el blanco, obtenido de los brotes todavía cerrados y cuyo único procesamiento es el secado; el verde (chino y japonés), el rojo (o Pu erh), el azul (u Oolong) y el negro. Para obtener las cuatro últimas, se someten las hojas a un proceso de prensado, manual o mecánico, que rompe las paredes y las membranas de las células, lo que provoca la salida de ciertas enzimas y la consiguiente fermentación de la materia vegetal durante un período que puede durar unas horas o varios años, dependiendo del tipo de té y de la costumbre de cada lugar. Cuanto más se prensan las hojas y más tiempo se las deja reposar para que se lleve a cabo la fermentación enzimática (que será detenida mediante calor), menos amargas y astringentes se vuelven y más color adquieren, de ahí que el Pu erh, el que más tiempo necesita para su fermentación (tras la primera, las hojas se someten a una segunda de naturaleza microbiana que puede durar entre dos y sesenta años), sea conocido como dark tea, o té oscuro.

Sin duda, hay muchas formas de servir y tomar un té, pero todas están relacionadas, de una u otra forma, con las tres citadas más arriba y presentan un denominador común: la hospitalidad. Ofrecerlo es una manera sencilla y elegante de agasajar a un huésped o un amigo, y rechazarlo, una forma simple de insultar a un anfitrión. Cuando se toma a solas, provoca un bienestar semejante al de hallarse en compañía de seres queridos, tranquilo, en silencio.

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