Gumersindo de Azcárate

Azcárate

Con motivo de cumplirse, el 15 de diciembre de 2017, cien años del fallecimiento de Gumersindo de Azcárate, rescato (corregida y revisada) esta reseña biográfica que publiqué en Diario de León el 25 de enero de 1995, en el suplemento semanal «Galería de leoneses ilustres». La foto de cabecera (Azcárate en su biblioteca) pertenece a la colección de postales del Fondo Joan Gómez Escofet de la UAB.

Hay detalles en apariencia insignificantes que aportan más información sobre una persona que muchos de sus actos, las fechas que jalonan su vida o las personas con quienes la comparten. Así por ejemplo, cuenta Suetonio que Calígula, que era diestro en muchas cosas, no sabía nadar; Beethoven, autor de una sinfonía, la séptima, que Wagner consideraba «la apoteosis de la danza», jamás aprendió a bailar; Byron, el poeta inglés paradigma del Romanticismo, amante de muchas mujeres, no soportaba verlas comer; al zar Pedro I, un hombre valiente que no se paraba ante nada, le aterrorizaba dormir solo; y la lista podría extenderse a lo largo de varias páginas. En lo que respecta a nuestro personaje, un hombre muy culto y bien educado, sorprende su absoluta falta de sensibilidad artística: ni la música, ni la pintura, ni la escultura, ni cualquier otra de las artes lo conmovían, no había expresión artística ante la que sintiese la más mínima emoción, y esto es más sorprendente aún porque no carecía de sensibilidad, y hasta de ternura, pues fue un esposo cariñoso y enamorado, un buen hijo, un gran amigo y un maestro cordial que se interesaba por los trabajos de sus alumnos, a los que no escatimaba consejo y prestaba libros de su biblioteca particular, la misma que hoy está a disposición de todos en la Biblioteca Azcárate de la Fundación Sierra-Pambley.

Primeros años y educación

Curiosidades aparte, de entre los leoneses que pueden ser incluidos —por sus méritos indiscutibles— en la nómina de españoles ilustres, figura sin duda alguna Gumersindo de Azcárate y Menéndez, que nació en León el lunes 13 de enero de 1840 en la casa que su familia tenía en la calle de la Rúa. Fue el primogénito de Justa Menéndez Morán, miembro de una acomodada familia asturiana, y de Patricio de Azcárate del Corral, a quien ella había conocido cuando él se encontraba estudiando en la Universidad de Oviedo.

Merece la pena detenerse un poco para hablar del padre de nuestro personaje, porque su vida nos permite entender la trayectoria de Gumersindo, la de sus hermanos y la de todos sus descendientes. Patricio nació en León en 1800, aunque su familia provenía de la localidad navarra de Azcárate, a los pies del monte Aralar. Fue un destacado filósofo, político e historiador que ayudó a difundir en nuestro país la filosofía moderna, y cuyo trabajo permitió que se pudiera contar en España, por vez primera, con ediciones dignas de las obras de Platón, Aristóteles y Leibniz, aunque procedieran, principalmente, de publicaciones francesas y fuesen anteriores a las modernas ediciones críticas. Los veintiséis volúmenes de la Biblioteca Filosófica que tradujo (once dedicados a Platón, diez a Aristóteles y cinco a Leibniz), junto con su obra Exposición histórico-crítica de los sistemas filosóficos modernos (1861), conforman una de las aportaciones más relevantes para la difusión de la filosofía en el ámbito hispánico durante todo el siglo XIX. Gracias a su trabajo, pudo Borges estudiar filosofía según confesaría años más tarde en la biblioteca paterna en la que pasó leyendo muchas horas de su infancia y juventud, aquella biblioteca que estaba seguro de no haber abandonado jamás.

A los dos días de nacer, bautizan a nuestro personaje en la iglesia de San Marcelo y le imponen los nombres de Gumersindo (uno de los santos cuya festividad se celebra el día 13 de enero) y José. Tanto su madre, «una mujer dotada de buen sentido y fortaleza moral», como su padre, «un hombre laborioso, culto, hábil y prudente», hicieron que su infancia y adolescencia transcurriesen felices «en un hogar apacible, profundamente religioso —pero sin fanatismos—, humanitario, leal, moderno, austero, tolerante, con sentido moral, ponderación, equilibrio y patriotismo, así como una exquisita devoción por el servicio a la comunidad». No es de extrañar que tanto Gumersindo como sus hermanos (Tomás, Cayo, Jesusa y Manuela) mantuviesen durante toda su vida absoluta fidelidad a unos principios que les habían sido inculcados desde la cuna.

Tras cursar la enseñanza primaria que completaría de la mano de sus padres en una casa llena de libros, como era la de los Azcárate, realiza los estudios secundarios en el Instituto Provincial de León, entre 1849 y 1855, donde gana fama de buen estudiante y de ser un muchacho inquieto y despierto. Al terminar, se traslada a la Universidad de Oviedo, donde se matricula en las Facultades de Ciencias Naturales y Jurisprudencia, pero un decreto gubernamental que prohíbe la doble matrícula le obliga a elegir, y opta por el Derecho. En 1858, abandona la capital asturiana y se traslada a la Universidad Central de Madrid, donde continúa con sus estudios y se licencia en Derecho con veintidós años. Tres más tarde, en 1865, recibe el título de bachiller en Filosofía y Letras, título entonces equivalente al de Bachelor of Arts, que aún hoy forma parte de las titulaciones universitarias de ciertos países de habla inglesa, como Reino Unido, Canadá o Estados Unidos —donde es uno de los títulos de Grado más tradicionales—, y de algunos otros del Espacio Europeo de Educación Superior. Corona Azcárate su formación académica con una tesis doctoral titulada Juicio crítico de la Ley 61 de Toro, un detallado estudio sobre una de las ochenta y tres disposiciones que componen las conocidas Leyes de Toro.

Crisis religiosa y vida académica

Gumersindo de Azcárate

Gumersindo de Azcárate en su biblioteca

En 1866, con veintiséis años, ingresa en el Ministerio de Gracia y Justicia como letrado de la Dirección General de Registros. A finales de ese año, el 15 de octubre, contrae matrimonio en Madrid con Emilia Justina de la Soledad Inerarity Brusa, una joven y hermosa mujer cubana de dieciocho años, nacida en San Juan de los Remedios de madre cubana y padre estadounidense de ascendencia inglesa. Poco dura esta felicidad, el 15 de febrero de 1868, tras el nacimiento de su primer y único hijo, Emilia fallece de fiebre puerperal; días más tarde, el niño muere también. Destrozado, Azcárate sufre una profunda crisis religiosa que, años más tarde, resultará en su alejamiento de la Iglesia católica, pero no de la doctrina y las enseñanzas de Jesús de Nazaret, en quien siempre vio «un modelo de conducta ética y social, de amor y de justicia». En La Institución Libre de Enseñanza y su ambiente, Antonio Jiménez-Landi cita una carta que Azcárate escribió, con motivo de su segundo matrimonio, al político y abogado Alejandro Groizard y Gómez de la Serna, en la que hacía esta sincera confesión de fe: «Debo decirle que en mis libros y en mis discursos he mantenido enérgicamente el título de cristiano, y que en verdad puedo decir que pertenezco a la secta de los unitarios, que cuenta numerosos miembros en Europa».

Para comprender mejor este tránsito desde un catolicismo ortodoxo hasta un cristianismo heterodoxo, se hace imprescindible la lectura de Minuta de un testamento, que escribió en Cáceres, mientras permanecía desterrado a causa de la llamada «cuestión universitaria», y publicó en Madrid en 1876 bajo el seudónimo «W». La cuestión religiosa y la defensa de la tolerancia constituyen el núcleo de este libro, una mezcla de ensayo político, obra de ficción y tratado de reformas sociales, en el que Azcárate desarrolla su «cosmovisión, más cercana al protestantismo más progresista o al modernismo católico», en palabras de José García-Velasco García, actual presidente de la Institución Libre de Enseñanza.

Entre los veintiocho y los cuarenta y un años, se entrega a la docencia en cuerpo y alma. En 1868, es nombrado profesor auxiliar de la cátedra de Economía Política y Estadística de la Facultad de Derecho de la Universidad Central; en octubre del año siguiente, pasa a desempeñar el mismo puesto en la cátedra de Legislación Comparada, de la que será titular en 1873. Pero con el inicio de la Restauración, llegan los problemas para los profesores krausistas. El 17 de julio de 1875, es separado de su cátedra por «abierta rebeldía contra la Iglesia católica y la Monarquía», al no aceptar el juramento requerido por Manuel Orovio Echagüe, ministro de Educación, a todos los docentes; igual suerte corrieron otros ilustres colegas, entre los que destacaban Nicolás Salmerón y Francisco Giner de los Ríos, íntimo amigo suyo. A causa de esta «cuestión universitaria», muchos de los mejores profesores universitarios y todos aquellos que defendían una profunda renovación del sistema pedagógico, fueron aglutinándose en torno a Giner de los Ríos, Rafael María de Labra y Azcárate, quien se convirtió en portavoz de los criterios de la Institución Libre de Enseñanza, tanto en lo ideológico y organizativo como en sus aspectos pedagógicos y jurídicos. En 1869, estos hombres habían llorado la muerte de Julián Sanz del Río, amigo y maestro, que ejerció una influencia decisiva en todos ellos por medio del krausismo, y a quien le hubiera gustado saber que su obra cristalizaría en la Institución Libre de Enseñanza apenas siete años después de su fallecimiento.

Desde la aprobación de sus estatutos por un real decreto el 16 de agosto de 1876, la Institución Libre de Enseñanza se distinguió siempre por ser un movimiento pedagógico vocacional, liberal, secularizante, laico, naturalista, espiritualista, ético, altruista y elitista, razones por las que Azcárate le dedicó gran parte de su tiempo. Para él, la educación no era sino la formación integral del individuo desde su niñez, ante lo cual el maestro —así como el profesor universitario— había de ser independiente en sus explicaciones. Si bien en un principio la Institución nació bajo la premisa de abarcar en sus aulas todo el ciclo educativo, poco duró la docencia universitaria entre sus muros, fundamentalmente a causa de ser repuestos en sus cátedras oficiales la mayoría de los profesores que habían sido expulsados de ellas años atrás. En esa época (finales de la década de los setenta y principios de los ochenta), es ya una personalidad muy conocida en los círculos académicos, jurídicos y políticos de toda España. Publica por entonces algunas de sus obras más relevantes: Estudios económicos y sociales (1876), El self-government y la monarquía doctrinaria y Estudios filosóficos y políticos (1877), La constitución inglesa y la política del continente (1878) y Ensayo de una historia del derecho de propiedad y su estado actual en Europa (1880).

carácter y Vida familiar

Gumersindo de AzcárateQuizá por el hecho de ser viudo y no tener hijos, dedicó más tiempo a sus padres, a sus hermanos, a sus sobrinos, a su familia política (con la que mantuvo siempre muy buenas relaciones) y a sus amigos, a quienes quería como si fuesen hermanos, valga como ejemplo la profunda amistad que lo unió con Francisco Giner de los Ríos y el también leonés Francisco Fernández-Blanco de Sierra-Pambley (don Paco Sierra).

Las vacaciones eran motivo de júbilo para los Azcárate, que solían reunirse al completo todos los veranos en una casa que su padre había comprado en Villimer, y que terminó por convertirse en casa solariega de la familia. Allí podía entregarse a una de sus aficiones favoritas: los largos paseos por el campo, que le procuraban la paz y el sosiego que no encontraba en Madrid.

Su sobrino Pablo de Azcárate lo describe como una persona de «elevada estatura y gran prestancia, en la que se aunaban armoniosamente una cierta brusquedad externa en sus ademanes con una cordial afabilidad. Por encima de su inteligencia y laboriosidad —continúa—, sobresalía su tolerancia, y era casi imposible hacerle ver las intenciones torticeras de algún individuo, estando por el contrario siempre dispuesto a reconocer inteligencia en el más romo o buena intención en el más hipócrita». De su buen talante y ausencia de rencor nos habla su comportamiento en el funeral de Vicente de la Fuente y Condón, rector de la Universidad de Madrid cuando fue apartado de su cátedra: «Quiero tributar este último homenaje —dijo Azcárate en aquella ocasión— al hombre recto y bueno que supo cumplir siempre lo que creía su deber». Como dato peculiar, Pablo de Azcárate llama nuestra atención sobre el único rasgo negativo de su personalidad: «su total y completa insensibilidad para la emoción artística en todas sus manifestaciones», lo que no fue obstáculo para que se implicara totalmente en la Institución Libre de Enseñanza, donde el amor a todas las artes era uno de los elementos básicos de su ideario pedagógico.

Enamorado de nuevo, decide contraer matrimonio con María Benita Álvarez Guijarro, hija del entonces presidente del Tribunal de Cuentas, Fernando Álvarez Martínez. Como ya no se consideraba católico, al principio surgieron problemas la Iglesia pretendía que volviese a su seno, pero tras arduas negociaciones obtiene la dispensa de paridad de cultos (en el acta matrimonial, figura como «no católico»), y al fin la boda pudo celebrarse en Lisboa, el 11 de abril de 1882.

Regreso a la universidad y Vida política

Gumersindo de Azcárate

Azcárate delante del Congreso de los Diputados (Rivero, 1912)

En 1881, es readmitido en la universidad. Como forma de conciliar sus derechos adquiridos con los de quien ocupaba su puesto, primeramente, le encomendaron la cátedra de Historia del Derecho, que desempeñó hasta 1885, año en el que pasó a la de Instituciones de Derecho privado de los pueblos antiguos y modernos; suprimida esta en 1892, regresó a su antigua cátedra de Legislación Comparada, que había quedado vacante. De esta forma veía satisfecha su afición predilecta: la docencia, pues, antes que cualquier otra cosa, Azcárate fue un maestro en el más hondo sentido de la palabra. En un artículo publicado en la revista La Esfera, Eduardo Gómez de Baquero (su alumno de doctorado en 1887) cuenta que «era un maestro cordial, y casi hay redundancia en calificarlo así, pues sin amor, sin que el corazón tome su parte, no hay maestro verdadero. Se interesaba por los trabajos de sus alumnos. No les escatimaba el consejo y frecuentemente les prestaba libros de su biblioteca particular». En estos años, compagina su labor docente con la carrera política y con su trabajo como investigador y estudioso, uno de cuyos frutos es El régimen parlamentario en la práctica, publicado en 1885.

Tras varios intentos fallidos en las elecciones de 1869, 1871 y 1881, en las de abril de 1886 (gracias al acuerdo de dos partidos republicanos leoneses: el democrático-progresista y el posibilista), consiguió el acta de diputado por León, distrito al que representaría durante treinta años, salvo en la legislatura de 1896-1898. Fue en su actividad política lo más contrario que pueda imaginarse a los modos del caciquismo. Jamás pudieron cantar sobre él una coplilla semejante a la que circulaba por León contra el diputado por el distrito de La Vecilla Fernando Merino Villarino, conde consorte de Sagasta, que decía: «No queremos diputado / que tenga tanto dinero, / pues llegan las elecciones / y nos harta de centeno. / No queremos a Merino, / porque somos de Molleda. / No te queremos el vino / ni que nos pagues las deudas». Convencido como estaba de que los diputados no lo eran para gestionar asuntos particulares, sino para procurar el bien común, Azcárate tuvo por ello muchos enemigos, pero estos jamás se atrevieron a poner en tela de juicio su honradez. Y cuando sus colegas en política se referían a su talante reformista y valiente —nunca temerario—, alababan el tesón y el carácter recio desplegados en su actividad parlamentaria, características que en gran parte se debían, según la opinión de aquellos, a su condición de leonés.

Años finales

Apenas comenzado el siglo XX, Azcárate queda viudo por segunda vez. En 1902 fallece María Benita. De igual manera que tras las muertes de su primera mujer y de su hijo, sigue adelante, sin rendirse, sin derrumbarse, entregado al trabajo de manera infatigable, con el apoyo de familiares y amigos. Gracias a su valía personal, a su auctoritas, el 14 de mayo de 1903, y a pesar de sus muchas ocupaciones, es nombrado presidente del Instituto de Reformas Sociales, organismo creado a finales de abril de ese mismo año por el gobierno del conservador Francisco Silvela (que desarrollaba de este modo el Instituto del Trabajo que había propuesto el liberal José Canalejas y que no salió adelante) para estudiar y proponer legislación que mejorase la vida y las condiciones laborales de los trabajadores y sus familias, labor que en otros países realizaba el Ministerio de Trabajo.

Además de sus otras ocupaciones, ejerció como abogado (durante treinta y cinco años fue el de la embajada del Reino Unido en Madrid, sin sueldo), pero más que actuar ante los tribunales, se dedicó, principalmente, a la redacción de informes y a dictar laudos o sentencias arbitrales. Precisamente por su gran prestigio profesional, en junio de 1907 se negó a llevar la defensa de Ferrer Guardia, autor intelectual del atentado perpetrado por Mateo Morral contra los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia el día de su boda, por considerarlo manifiestamente culpable. Un año después, el 24 de julio, se publica la Ley sobre nulidad de los contratos de préstamos usurarios, en vigor desde el 13 de agosto y conocida desde entonces como Ley Azcárate, por ser él su padre intelectual, su impulsor y su defensor en las Cortes. Han transcurrido más de cien años y continúa vigente en lo sustancial, pues de los dieciséis que la componen, solo han sido derogados o modificados cuatro artículos por aplicación de la nueva Ley de Enjuiciamiento Civil, que entró en vigor el 8 de enero de 2001. Contra lo que pudiera pensarse, dado los muchos nombramientos recibidos y los cargos de importancia que ocupaba, su única nómina era la que percibía como catedrático, el resto eran puestos que desempeñaba sin recibir un sueldo a cambio, hecho no infrecuente en aquella época (los diputados y senadores de la Restauración, por ejemplo, no cobraban del Estado por su trabajo en las cámaras), lo que favorecía el cabildeo y la corrupción, comportamientos a los que Azcárate fue siempre ajeno.

Durante esta última etapa de su vida, fue miembro del Consejo de Instrucción Pública, de la Real Academia de la Historia, vicepresidente de la Junta de Ampliación de Estudios y fundador, junto con don Paco Sierra, Francisco Giner de los Ríos y Manuel Bartolomé Cossío, de la Fundación Sierra-Pambley, de cuyo patronato fue presidente hasta su muerte, tras la cual, sus sobrinos herederos donaron su biblioteca a la Fundación, mientras que los manuscritos se entregaron a la Real Academia de la Historia. En 1915, con setenta y cinco años, solicitó la jubilación de su cátedra, pues consideraba que ya no estaba en condiciones de desempeñar su labor como debía. En reconocimiento a todo su trabajo en la universidad, el Ministerio de Instrucción Pública le nombró rector honorario de la Universidad de Madrid.

Gumersindo de Azcárate

Azcárate (Campúa, «La Esfera«, n.º 208)

Cuenta Adolfo González-Posada en el prólogo a una edición de El régimen parlamentario en la práctica, que en la sesión que celebraba el Instituto de Reformas Sociales el 13 de diciembre de 1917, Azcárate, que sabía que estaba enfermo, se proponía ceder la presidencia al vicepresidente, Luis de Marichalar y Monreal, vizconde de Eza (abuelo de Jaime de Marichalar), «a quien consideraba muy capacitado para continuar su obra. Se acercó a la mesa, ocupó su sillón disponiéndose a dar lectura al documento —trascendental documento que acababan de entregarle, y en el que la representación obrera en el Instituto anunciaba su retirada hasta que el Poder público acordase la deseada reparación a los presos obreros (por los sucesos del mes de agosto en la huelga de 1917), y entre los cuales se encontraba el señor Largo Caballero. Pero cuando don Gumersindo, sentado en su sillón, quiso desdoblar el documento de los obreros, no pudo: sus manos no obedecían; inclinado hacia la derecha, intentó en vano alcanzar la campanilla». Había sufrido un derrame cerebral que lo dejó inconsciente. Lo llevaron a su casa, en el número 72 de la calle Velázquez, donde residía con algunos miembros de su familia, y donde falleció, sin haber recuperado la consciencia, en la madrugada del sábado 15 de diciembre de 1917.

Fue enterrado en el cementerio civil de Madrid (junto a su amigo, el también leonés Fernando de Castro y Pajares), pues no quiso ser inhumado en el católico «para no caer en una postura de hipocresía». No obstante, sobre su tumba —y a petición propia—, labraron una cruz y esta frase: «Amaos los unos a los otros». Junto a esta exhortación de Jesús (Jn 13, 34) elegida como epitafio, merecen ser rescatadas las últimas frases del artículo que, a modo de elogio fúnebre, publicó en La Esfera Eduardo Gómez de Baquero, poco más de veinte palabras que resumen una vida plena, útil y sincera: «Azcárate deja libros llenos de doctrina, muchos discursos, una intensa labor de cultura. Deja, además, una cosa más preciosa y más rara: un ejemplo».

El texto de este artículo puede ser utilizado bajo la licencia de Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0) de Creative Commons. Por ello, el autor reconoce a todo aquel que lo desee el derecho a reproducirlo, con la condición de que se cite expresamente a Errata Loca como sitio original de la publicación. Asimismo, niega a cualquier entidad o asociación autoridad alguna para cobrar por dichas reproducciones a las personas o entidades que así lo hicieran.

MRY

La corona y la mitra_cabecera

La corona y la mitra

Marcelino Rodríguez Yebra, La corona y la mitra. El primer milenio de la historia leonesa a través de diez ensayos biográficos, Universidad de León (Secretariado de Publicaciones y Medios Audiovisuales), 2002, 142 páginas. Este libro recibió el premio de la Fundación Carolina Rodríguez para «trabajos sobre León y su provincia» en el año 2000.

El primer milenio de la historia leonesa a través de diez ensayos biográficos.En contra de cierta ortodoxia, propongo en este libro echar un vistazo particular a la historia del primer milenio en León a través de la aventura individual de algunos de sus protagonistas en esta parte de España. De los inicios del cristianismo en Hispania a la consolidación de la Reconquista pasando por el lento colapso de la parte occidental del Imperio romano y el auge y caída del reino visigodo.

Las vidas del obispo Basílides, del centurión san Marcelo, del obispo santo Toribio de Astorga, del eremita san Valerio del Bierzo, del obispo san Froilán, de los reyes de León García I, Ordoño II, Ramiro II y Sancho I, y de la infanta regente Elvira Ramírez nos ayudan a evocar el recuerdo de un tiempo pasado que la memoria embellece, habitado por hombres santos y doctos, por monarcas guerreros y mujeres fuertes que jamás toleraron el papel de florero que algunos pretendían darles, pero sin caer en ese tipo de biografía laudatoria, cuasi hagiográfica, que termina por alejarnos de los personajes fijados por la historia pero ocultos tras el fárrago de las batallas, las anécdotas mil veces referidas y los tópicos amables.

Asomarnos de este modo a la Antigüedad tardía y la Alta Edad Media nos permite ver cómo en aquel largo período, lentamente, sin hitos temporales definidos, fraguaron viejas tradiciones y antiguos usos, comenzaron a balbucir las lenguas romances y echaron raíces algunas instituciones propias de Occidente.

Muy lejos de cualquier consideración política, la tesis propuesta en esta obra es que ciertos rasgos de eso que denominamos «idiosincrasia leonesa» datan de hace siglos, y que seguir la peripecia vital de estos personajes puede servirnos para comprender algunos aspectos de esa forma de pensar, sentir y actuar.

El texto de esta reseña puede ser utilizado bajo la licencia de Reconocimiento 4.0 Internacional (CC BY 4.0) de Creative Commons. Por ello, el autor reconoce a todo aquel que lo desee el derecho a reproducirlo, con la condición de que se cite expresamente a Errata Loca como sitio original de la publicación. Asimismo, niega a cualquier entidad o asociación autoridad alguna para cobrar por dichas reproducciones a las personas o entidades que así lo hicieran.

MRY

Rebaño de ovejas merinas.

Un poco de historia sobre el vellón

Escrito para Made in slow sobre un texto presentado por el cliente.

Denominamos vellón a toda la lana obtenida tras esquilar una oveja o un carnero, labor que se realiza cada año, al final de la primavera. Al cuero de estos animales, curtido de tal modo que conserve el pelo para ser utilizado como prenda de abrigo, se le denomina zalea.

Las ovejas no siempre tuvieron el aspecto algodonoso que hoy nos es familiar en Occidente —sobre todo las de raza merina—, sino que son el resultado de laboriosos procesos de selección y mejora genética llevados a cabo durante siglos sobre muflones asiáticos, principalmente en Oriente Próximo. A pesar de que la merina es la más extendida, aún existen razas que conservan rasgos característicos de variedades antiguas, las cuales poseen un valor incalculable desde el punto de vista genético.

El vellón de lana, que constituye el rasgo distintivo del ganado ovino, era hace unos 8000 años de color marrón, estaba formado por gruesos pelos canizos que se desprendían anualmente y por un pelaje corto y lanoso que también mudaba cada año. Los datos arqueológicos demuestran que, entre el 5000 y el 1500 a. C., se desarrollaron dos tipos de vellón: uno formado por un pelaje intermedio en el que abundaban las fibras de lana corta que se ensanchaban en la base junto a pelos canizos, más escasos y largos, que forman la punta; y otro, constituido por un pelaje también intermedio, pero cuyos pelos canizos se transformaron en una lana muy similar a la actual. En este último caso, las fibras estaban más apelmazadas y tenían la punta roma, además de una longitud y calibre más uniformes.

La revolución neolítica supuso el asentamiento de las poblaciones humanas, que pasaron de este modo a cultivar la tierra y criar ganado. Gracias a la ganadería, el ser humano se aseguró una fuente alimenticia más o menos constante: carne y leche, al tiempo que obtenía otros productos: piel, lana y abono natural. En la Edad del Hierro, y como consecuencia de la mejora genética, algunas ovejas empezaron a perder la tendencia a mudar, conservando el pelaje de año en año. Lo que significó el paso de una protección puramente fisiológica a otra susceptible de ser aprovechada por el hombre, lo cual favoreció el desarrollo de dos avances técnicos: el esquileo y el teñido. Estos datos han sido obtenidos en excavaciones arqueológicas que han permitido recuperar vellones y fragmentos de tejidos antiguos, así como de las obras de arte de pueblos antiguos en las que se representan diversos animales —en muchos casos ganado ovino— y personas vestidas con prendas realizadas con lana.

Entre los pueblos de la antigua Mesopotamia, el kaunakes (término griego que viene a significar «capa gruesa») era un atuendo masculino con función ritual (en sus inicios una prenda de pastores) utilizado por los sumerios. Tenía forma de faldón y estaba confeccionado con piel de oveja, camello o cabra cuyos vellones eran agrupados en franjas. Originalmente, era una de las palabras con la que se denominaba a las ovejas (los sumerios tenían hasta doscientos términos), para pasar luego, por metonimia, a nombrar la prenda hecha con su lana, algo similar a nuestros «borreguillo» o «borreguito», con los que denominamos al tejido que imita la zalea de cordero natural. Las ovejas jugaron un papel muy importante en la economía de Mesopotamia. Son muchos los relieves y representaciones artísticas en los que aparecen pastores junto a sus ovejas y carneros, como por ejemplo los que se muestran en la «Cara de la Paz» del conocido Estandarte de Ur.

Obra de arte sumeria elaborada con la técnica de la taracea. En ella aparecen ganado y personas con kaunakés.

Cara de la Paz del Estandarte de Ur. (Tomado de: Unidad 7, Manuel Cruz).

La experta americana en historia de los tejidos Elizabeth Wayland Barber, observó que no todas las formas de explotación del ganado ovino facilitaban la producción de lana, pues la cría destinada a la producción de carne conlleva una vida corta, mientras que la obtención de leche exige cierta longevidad y, de manera indirecta, el crecimiento de lana, lo que a su vez se ve favorecido por el esquilado. La evolución del pelaje en el ganado ovino no se entiende sin el desarrollo de las artes textiles, que avanzaron en paralelo con los cambios del vellón como forma de aprovechar este valioso recurso.

El fieltro de lana constituyó, con bastante seguridad, el más primitivo de los tejidos derivado de fibras animales. El fieltrado depende de la superficie escamosa —a escala microscópica— de las fibras de lana. Cuando se frotan entre sí, las hebras sólo pueden avanzar en un sentido, con lo que se forma una masa muy enmarañada. El calor, que relaja las fibras, y la humedad, que las lubrica favorecen el fieltrado, proceso que se da de manera natural durante la muda. En el Museo Nacional de Dinamarca, en Copenhague, se guardan casquetes de fieltro gruesos y sólidos que datan de principios de la Edad del Bronce. Estas piezas, de más de 3500 años de antigüedad, se encontraron en antiguas sepulturas excavadas en diversos lugares de Dinamarca.

A lo largo del tiempo, la cría selectiva redujo el diámetro de los gruesos pelos canizos del vellón externo, al tiempo que el suave pelaje interior fue haciéndose más grueso: el diámetro medio de las fibras interiores era de unos 15 micrómetros (milésimas de milímetro). En la mayoría de los restos textiles primitivos, el diámetro de las fibras está en torno a los 20 micrómetros, valor que se ha mantenido desde entonces. Hacia el año 1000 a.C. y en Oriente Medio, aparecieron las técnicas de teñido, lo que supuso un estímulo para la cría selectiva de ovejas de lana blanca. Igualmente, se produjeron mejoras en las herramientas diseñadas para esquilar, de las que se han encontrado muchos ejemplares en yacimientos de finales de la Edad de Hierro y en emplazamientos romanos de toda Europa. Estas tijeras rudimentarias constan de dos cuchillas enfrentadas y unidas por un arco de acero que actúa de muelle. En los tejidos y restos de pieles de oveja correspondientes al mismo período, también se advierte un cambio de la estructura de la lana. Asimismo, los restos textiles de época romana dan cuenta de las últimas transformaciones del vellón ovino.

Durante la Edad Media europea empezaron a ganar importancia las variedades de lana fina y entrefina. Fue en torno al Mediterráneo, concretamente en España, donde la producción lanera se cimentó sobre ovejas de lana fina, dando origen a la raza que producía la de mejor calidad: la merina. Hasta el último tercio del siglo XVIII, la raza merina fue un monopolio español gracias al control que ejercía el Honrado Concejo de la Mesta (1273-1836). Los lotes de merinos que cruzaron entonces nuestras fronteras fueron el origen único de la gran cabaña merina actual. Tal fue el desarrollo que, en poco menos de un siglo, las ovejas merinas españolas introducidas en Francia, Gran Bretaña, Alemania, Estados Unidos, Argentina, Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia dieron origen a diversas variedades: Rambouillet, Negretti, merina americana, Vermont, Delaine y merina australiana que, aprovechando la mayor extensión de los pastos, permitieron el desarrollo de enormes rebaños hasta entonces nunca vistos; baste recordar que en Australia (el mayor productor mundial), se calcula que hay unas cien ovejas por cada humano.

MRY

Historias del té

Colaboración para una revista online editada por una tienda de León especializada en la venta de té.

Como réplica marítima de la Ruta de la Seda, la del té nació para comerciar con lo que algunos historiadores consideran el primer producto global, en dura pugna con la pimienta. Comerciantes portugueses y holandeses lo introducen en Europa a comienzos del XVII, y en la segunda mitad del siglo ya aparecen en Inglaterra anuncios donde se alaban sus bondades. A diferencia del café, cuyo consumo estuvo prohibido por las autoridades de algunos países (el Imperio otomano, la Rusia zarista o Suecia) durante períodos más o menos prolongados, el té ha gozado de aceptación y tolerancia en todo el mundo, y ha sido, desde hace cientos de años y por así decirlo, una bebida tan respetable como asequible para todos los bolsillos.

Ciertos historiadores sostienen que las propiedades estimulantes del café, el té y el cacao, que empezaron a consumirse en Europa de manera habitual durante el siglo XVIII, favorecieron las reuniones de intelectuales propias de la Ilustración. Con ser esto cierto, también lo es que se necesita algo más que el bloqueo temporal de algunos receptores neuronales para desencadenar un movimiento cultural de tal magnitud. El 15 de diciembre de 2005, los mayores países productores se reunieron en Nueva Delhi para celebrar el primer Día Internacional del Té (evocando el motín que tuvo lugar en Boston el 16 de diciembre de 1773), como forma de llamar la atención sobre su cultivo, producción y comercialización, que atravesaban por entonces una profunda crisis.

Pocas cosas hay tan simples como hacer una infusión. Cuando oímos la palabra té —que en español ha devenido sinónimo de infusión, y deriva del término cha, con el que se nombra en China a la camelia, país donde se empezó a consumir hace más de dos mil años— vienen a nuestra memoria tres ceremonias, tres liturgias por completo diferentes en lo que respecta a su preparación y manera de servirlo. La más antigua es la del Lejano Oriente (china y japonesa, pues no está claro cuál fue primero), cuyos poetas llamaron al té matcha «espuma de jade líquido», está imbuida por completo de una gestualidad que participa de lo sagrado, casi oración. La más famosa para los occidentales es la inglesa, que ha convertido el hecho de tomar té negro en lugar para la confidencia y la conversación, una ceremonia bendecida por la costumbre, igualmente válida en momentos de alegría y de tristeza, pues «a los ingleses la vida se les hace inhabitable si no tienen té y pudin». Por su parte, la marroquí, que solo consume té verde y se halla extendida por el Magreb y el Sahel, es considerada una expresión artística, una manera sencilla y afectuosa de agasajar a los visitantes, que lo mismo puede ofrecerse antes que después de las comidas.

By 狩野養信・雅信 模写 Copied by Kanō Osanobu and Kanō Masanobu. The original work, which was also copied, was made in 1632. (東京国立博物館 蔵) [Public domain], via Wikimedia Commons

Todo esto tiene como centro y motor a un discreto arbusto de la familia Teáceas, la Camellia sinensis, del mismo género que las camelias de jardín. Una planta de hojas persistentes, entre elípticas y lanceoladas, grandes flores blancas y frutos en cápsula globosa, oriunda de China, y que, debido a su consumo mundial, actualmente se cultiva también en el Sudeste Asiático, la India, el Cáucaso y Norteamérica, entre otros lugares; la producción española, pequeña y de buena calidad, se localiza casi por completo en Galicia. Los brotes jóvenes contienen muchas sustancias beneficiosas, y de las semillas, como ocurre con otras camelias (C. japonica y C. oleifera), se extrae mediante presión en frío un aceite comestible muy saludable, de color ámbar pálido y aroma dulce y herbal, utilizado en algunas regiones de China y Japón, y cada vez más en Occidente, que no debe confundirse con el aceite del árbol del té (que se obtiene del árbol Melaleuca alternifolia), que no es comestible y tiene propiedades antisépticas.

Tras recolectar con el mayor de los cuidados posible los brotes más tiernos de cada planta, tenemos la materia prima de la que saldrán las cinco variedades de té más comunes: el blanco, obtenido de los brotes todavía cerrados y cuyo único procesamiento es el secado; el verde (chino y japonés), el rojo (o Pu erh), el azul (u Oolong) y el negro. Para obtener las cuatro últimas, se someten las hojas a un proceso de prensado, manual o mecánico, que rompe las paredes y las membranas de las células, lo que provoca la salida de ciertas enzimas y la consiguiente fermentación de la materia vegetal durante un período que puede durar unas horas o varios años, dependiendo del tipo de té y de la costumbre de cada lugar. Cuanto más se prensan las hojas y más tiempo se las deja reposar para que se lleve a cabo la fermentación enzimática (que será detenida mediante calor), menos amargas y astringentes se vuelven y más color adquieren, de ahí que el Pu erh, el que más tiempo necesita para su fermentación (tras la primera, las hojas se someten a una segunda de naturaleza microbiana que puede durar entre dos y sesenta años), sea conocido como dark tea, o té oscuro.

Sin duda, hay muchas formas de servir y tomar un té, pero todas están relacionadas, de una u otra forma, con las tres citadas más arriba y presentan un denominador común: la hospitalidad. Ofrecerlo es una manera sencilla y elegante de agasajar a un huésped o un amigo, y rechazarlo, una forma simple de insultar a un anfitrión. Cuando se toma a solas, provoca un bienestar semejante al de hallarse en compañía de seres queridos, tranquilo, en silencio.

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